jueves, 17 de mayo de 2012

Secreto en La Pampa


Es bien sabido ya que Hipólito Sinache no da por sentado ningún saber académico ni se resigna mansamente a creer en las muchas falsedades que pueblan las repisas de las más afamadas bibliotecas. 

Sinache duda, con la fuerza y la convicción de Descartes en su famoso Discurso del Método. Por insignificante que parezca el dato falaz, merece el juicio lapidario del espíritu revisionista de nuestro recopilador. En este caso nuestra distinguida enciclopedia nos acerca, una vez más, al sorprendente misterio de un antecedente desconocido que desnuda un capítulo ignorado -tal vez intencionalmente - de la literatura gauchesca. Concretamente, este capítulo está dedicado a desenmascarar la supuesta originalidad del film Secreto en la Montaña del director Taiwanés Ang Lee y cuyo guión (para nada original como se verá más adelante) es de Annie Proulx y está basado en su relato corto (evitaremos aquí el chiste fácil).

El film trata sobre un amor clandestino que se da entre dos personas en Estados Unidos con la montaña Brokeback como escenario. Hasta aquí parece una historia de amor clásica, al mejor estilo Romeo y Julieta, si no fuera porque debemos aclarar que las personas enamoradas en secreto son dos hombres, que para más datos son rudos vaqueros y que la montaña se llama ‘Espalda Quebrada’ si tenemos ganas de andar traduciendo sin sutilezas. La película ha sido un éxito en diferentes países y mucho se ha comentado sobre ella pero la función de esta enciclopedia es la de develar la verdad y no aplaudir falacias consensuadas.

Por tal motivo, y movido por el recuerdo de un comentario recibido en un asado en pleno corazón de la Pampa. Hipólito Sinache, desempolvó antiguos manuscritos, realizó viajes al interior del país, conversó con evasivos personajes telúricos y finalmente dio con un viejo gaucho que fue testigo de la verdadera historia original inspiradora del relato cinematográfico.

Usted está a punto de enterarse que lo que Ang Lee plasmó en el celuloide no es otra cosa que la historia de Martín Fierrazo, un gaucho de ajustado chiripá y andar dudoso, que supo gastar los caminos de Sauce Seco en busca de cariño. Sinache tuvo acceso al libro original que contiene los versos que Martín Fierrazo escribió en sus años mozos a modo de libro íntimo y que cayó en manos de un peón de estancia despechado que lo vendió a Hollywood con la lógica metamorfosis de los personajes gauchescos en cowboys. 

El conocimiento suele ser, en ocasiones, un placer doloroso. Este es uno de esos casos ya que esta revelación romperá, de alguna forma, con el imaginario del gaucho al estilo de Lindor Covas, ‘el cimarrón’, inmortalizado por Walter Ciocca.

El libro vendido por Agapito, tal era el nombre del peón ladino, a Holywood lleva por nombre Memorias de Martín Fierrazo y algunos de sus versos son los que transcribimos hoy como prueba contundente de lo expuesto hasta aquí:

Cuando la Pampa es un pozo
Donde se entierra el lucero
Surge este canto sincero
Que me aprieta como un lazo
Porque  no se le niega el abrazo
A un gauchito lisonjero

Pido a los santos del cielo
Que ayuden mi pensamiento
Y verán que no les miento
Cuando les cuente mi historia
Aunque haya asado con pimientos
Prefiero la zanahoria

Hay un cielo que me nombra
Y una estrella me ilumina
En esta pampa argentina
Cuando el corazón me da un salto
Yo me pongo tacos altos
Y me disfrazo de china

Y si me gusta el convite
De un morochón bien fornido
El pecho se me hace un nido
Pa’ cobijar un jilguero
Y voy con paso decidido
Aunque resigne el aujero

El viento me trae de lejos
La canción del amor perdido
Como el soldau, que aún herido,
ha de enfrentar al malón
Más de un gaucho me ha querido
Pa funda de su facón

De recordar el momento
El corazón se me escalda
por culpa de aquella falda
Que me tejieron las Pereyra
Igual que a Don Juan Moreira
Me clavaron por la espalda

martes, 1 de mayo de 2012

Capítulo IX - Tácito, el innombrable



Era usual verlo deambular sólo, recitando a viva voz los inspirados versos que se enredaban en su mente. Algunos pocos certifican la genialidad de sus efímeras producciones, pocas llegaron a perdurar en la piedra y ninguna se recuerda ya.

Frecuentemente sus recitados eran abruptamente interrumpidos por la intervención de alguna modesta catástrofe. Dinteles que se desplomaban, choques de carruajes, accidentes de todo tipo que, para peor, nunca le sucedían al propio Tácito, sino a los que se encontraban cerca de él o se veían tentados de presenciar sus inconclusos espectáculos.

Quizás, dejándose llevar por la exageración y la atracción hipnótica de encontrar un culpable para todos los males, los lugareños comenzaron a huir de su presencia, hacían gestos confusos cuando aparecía de improviso en un lugar público, algunos disimulaban su desagrado y se retiraban en silencio sin siquiera mirarlo, otros, abiertamente, se tomaban los genitales con la mano izquierda a falta de un talismán más decoroso.

Tácito sufrió el oprobio y la ignominia, su poderosa literatura se consumió en la hoguera del temor y la ignorancia. Sólo nos queda de él el dudoso homenaje que se le rinde al presentar como ‘tácito’ al sujeto de la oración que no es nombrado. El sujeto tácito perduró en el uso del lenguaje y hoy se lo estudia sin reconocer la tragedia de aquel hombre atrapado por el capricho del destino.

Tácito murió victima del derrumbe de una columna en la plaza donde recitaba su poema ‘Fortuna’, con el que trataba de alejar las sospechas sobre su persona. En su tumba colocaron una piedra en la cual no se lo nombra.