domingo, 25 de marzo de 2012

Capítulo IV - Casimiro, el profeta


Fue un personaje destacado de una aldea cercana a Mantua en el año 60 a.C. Vecino y contemporáneo del poeta Virgilio, quien contaba por ese entonces con 10 años de edad y nadie sospechaba que se convertiría en el famoso autor de la Eneida.
Casimiro recibió de su abuelo, Pipeta, el alquimista, un papiro con un mapa, casi desdibujado por los años, con la ubicación de las 6 piedras de la verdad, perdidas en las profundidades de las aguas del Po. Los druidas celtas las buscaron por años y toda clase de hechiceros trataron de recuperarlas de las entrañas del río, pero no tenían lo que Casimiro había recibido como un regalo especial, el legendario Papiro del Po (el popapiro como le decían algunos).
Dispuesto a convertirse en un Maestro Vidente, Casimiro se sumergió una docena de veces en las frías aguas en procura de las míticas 6 piedras de la verdad. La tarea no era fácil, más teniendo en cuenta que el muy pastenaca se sumergía con mapa y todo, lo que hacía cada vez más difícil la lectura del papiro. Luego de muchos intentos, y de poner el papiro al sol para que se secara, un extraño fenómeno ocurrió. Un pájaro, posado en una rama sobre la piedra en la cual reposaba el papiro al sol, defecó con tan buen tino que marcó una especie de cruz sobre la superficie del mapa. Casimiro interpretó esto como una señal divina, memorizó esta ubicación y se zambulló lleno de esperanza y entusiasmo.
Al poco tiempo retornó a la superficie portando en su mano derecha las 6 mágicas piedras. Tan entusiasmado estaba y tanto sacudía su brazo en señal de victoria que una de las piedras se resbaló y regresó a las profundidades con destino incierto. Casimiro se dijo a sí mismo que aquella también era una señal y que ni loco se volvía a meter al río.
Supuso que con 5 piedras sería lo mismo y volvió lleno de júbilo a su aldea.
Cada una de las piedras tenía un color diferente, ayudado por un antiguo libro que el abuelo Pipeta le obsequió para que aprendiera a leer los mensajes que las piedras enviaban se convirtió en un experto adivinador y su fama hubiera sido aún mayor que la del célebre Nostradamus sino fuera por un detalle.
Los mensajes de Casimiro eran, tal vez, exactos pero incompletos. Sin duda la ausencia de la sexta piedra era notoria y las predicciones tenían la forma de una sentencia contundente pero con final abierto. Ante la consulta efectuada la gente que acudía a su presencia se retiraba con revelaciones tales como “Si, tu marido regresará de la guerra pero…” o “Obtendremos una victoria ante los fieros invasores, siempre y cuando…” Este tipo de ambigüedades calmaban a medias la ansiedad de los consultantes y, en cierta forma, se volvía un ejercicio de autocomplacencia.
De esta manera, casi todos los que consultaban las piedras se veían tentados de completar ellos mismos la sentencia del destino, en todos los casos a su favor. Si la respuesta era “tendrás la fortuna con la que sueñas pero debes…” “…tomar tres vasos de vino” completaba el interesado y se iba de lo más contento con el resultado.
Casimiro, el profeta, a raíz de ofrecer este servicio incompleto a sus semejantes fue bautizado por algunos como ‘Casimiro el futuro’, vivió hasta la edad de 62 años y murió convencido de que las dudas que ofrecían las 5 piedras le brindaron más satisfacciones a la gente que la certeza que podría haber logrado con las 6.

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